Decir que soy una persona que “odia” esperar es quedarse corto. Para mí, esperar es una pérdida de tiempo, un vacío donde lo único que hay es impaciencia, frustración y fastidio. Ya sea que se trate de esperar a que me vea el médico cuando tengo una cita con él (caso en que siento que hacen esperar a la gente adrede), o cuando espero que un conductor distraído avance cuando el semáforo ha cambiado a verde hace ya un segundo o más, o cuando espero que mi esposa esté lista para llegar a la iglesia a tiempo, no se requiere mucho tiempo de espera para que me torne completamente impaciente e irritable.

La experiencia de la espera caracteriza la vida de las personas en la cárcel. A través de los años he visto que las personas esperan de distintos modos. Están las personas como yo, que esperan impacientemente con frustración y enojo acechando bajo el autocontrol. Otras personas esperan que termine su condena con temor, esperando que lo peor ocurra en cualquier momento (que su cónyuge o amor las abandone y empiece otra relación mientras están encarceladas; que uno de sus padres muera sin que hayan podido despedirse; que los ataque un matón en la cárcel). Hay todo tipo de cosas que temer mientras uno espera en la cárcel con impotencia. Pero, otros esperan con expectativas y esperanza (que haya una visita de su familia, tener una buena audiencia de libertad condicional, o el día de su liberación).

El Adviento es un período de preparación y expectativa. La esperanza no es esperanza a menos que algo deseado aún no haya llegado. La esperanza siempre está encapsulada en la espera, como si se encontrara entre los paréntesis de lo que una vez fuera y de lo aún por venir.  Cuando niño, no veía las horas de que llegara el día de Navidad (si bien la Navidad anterior ya se había desvanecido de mi memoria, mis esperanzas para la Navidad por venir se veían alimentadas por el hecho de que sabía que la Navidad era algo bueno). Sin embargo, siempre fue un tiempo de espera, una espera llena de promesa y expectativa. Con frecuencia, no dormía la noche antes de la Navidad; era una noche en que me preguntaba qué regalo sorprendente me estaría esperando a la mañana siguiente. Sabía que habría algo, y nunca me vi decepcionado. Pero no todos los niños se despiertan para recibir bondad y generosidad la mañana de la Navidad. Muchos niños alrededor del mundo, incluyendo los niños que tienen a un padre en la cárcel, se despiertan para encontrar sólo decepción. Una vez más la Navidad no ha podido satisfacer sus  cada vez menores expectativas, y la espera sólo ha generado vacío y hambre. No hay nada peor que esperar sin esperanza.

Durante el tiempo de los profetas las personas habían esperado largamente el cumplimiento de la promesa de Dios de enviarles un Salvador. Y, en la espera de generación en generación, muchas personas se decepcionaron y dejaron de creer, algunas abandonaron la espera, y muchas otras se volvieron cínicas; sin embargo, algunas continuaron aferrándose tenazmente a la esperanza de que Dios, que los había librado de la opresión en el pasado, con seguridad cumpliría su promesa de enviar un Redentor, un Salvador.

Me pregunto si me hubiera ido bien con una espera tan larga, dado que esperar sin que algo tangible sostenga mi esperanza inevitablemente agota mi energía y mi alegría. Sin embargo, en mis momentos de espera me alienta leer las palabras de Isaías: “los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas, correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán”. La idea de experimentar renovación en la espera parece tan contradictoria. Sin embargo, un comentarista bíblico expresa que la palabra “espera” empleada por Isaías también puede ser traducida como “esperanza”: “los que tienen esperanza en el Señor renovarán sus fuerzas…”. Una vez más, la espera y el tener esperanza están conectados, con la esperanza encapsulada en la espera.

Esperar con temor y frustración disminuye y agota. Esperar con resignación es vacío y no tiene sentido. Esperar con esperanza está repleto de expectativas. En su encíclica, Sobre la esperanza cristiana, el Papa Benedicto escribe que: “La fe atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro «todavía no». El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras”.  Ahí hay esperanza.

Para ustedes y para mí, esperar con esperanza es contagiarse del futuro aquí y ahora; y para nosotros la experiencia de esperar se convierte en el crisol en que la esperanza es alimentada y sustentada. Es esperanza centrada en la realidad de que Jesucristo, el esperado por tanto tiempo, ha llegado. Jesucristo viene a nosotros incluso ahora en toda nuestra espera. Jesucristo vendrá nuevamente en cumplimiento de tiempo y promesa. Ésta es la esperanza con la que esperamos durante este período de Adviento.

Esperamos, con expectativas
la llegada de los ángeles,
Sus padres,
los pastores, los animales,
la Estrella, el Niño,
y los reyes magos.
La llegada
del milagro de Navidad,
el contar la misma historia,
nunca vieja en el recuerdo,
del momento en que María dio a luz
al que iba a venir a salvar a Su pueblo,
el único Dios, el único hijo,
para rescatarnos de nuestro pecado,
de la división que creamos
entre nosotros y Dios, el padre, la madre,
el santo mediador, árbitro,
cordero expiatorio de Dios.
Esperando como lo hicieron, incluso al volver a narrarla
porque es una historia eterna
de amor y bien infinitos
que debemos oír,
hasta que entendamos el mensaje
y creamos.

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